jueves, 25 de octubre de 2012

Lunes antes de almorzar, una niña fue a jugar...


Juro que no invento. Puedo maquillar más o menos la realidad pero nunca invento. Mis historias  siempre están basadas en pellizcos de realidad. Cuando mi escoba y yo decidimos barrer por los rincones, sabíamos que no sería fácil porque suponía tratar temas incómodos y en muchas ocasiones dolorosos. La entrada de esta semana me ha costado compartirla, pero creo que hay cosas que deben saberse.

Sophia tiene catorce años y es la mayor de cuatro hermanos. Vive con ellos, con su madre, con su padre con su abuelo, con una tía y con un tío. En total son nueve en casa. Sophia cuida de los hermanos y hace las tareas de casa mientras su madre y su tía rebuscan en los contenedores y recogen chatarra.  El absentismo escolar de la niña es elevado y cuando la tutora llama a la madre de la niña, ésta tiene claro que el futuro de Sophia no está en los libros sino entre la chatarra y los contenedores de la basura, igual que el suyo. Cree que estudiar no va a sacar de nada a la niña y que eso “es para los ricos”. La tutora intenta hacerle ver que en este país la educación es obligatoria y gratuita hasta los 16 años y que si esto se incumple, los servicios sociales tienen que intervenir. Entonces Sophia va al colegio durante unas dos semanas y después, vuelta a faltar y vuelta a empezar… 

La última semana que la niña asistió a clase estaba rara, tenía mal color, se mareaba y tenía nauseas. La tutora le preguntó si dormía bien, si comía, si descansaba o si sabía de qué podía venir su malestar. Sophia sabía que podía confiar en su tutora ya que muchas veces habían hablado y además en ocasiones le había prestado dinero para llevar a casa, así que tragándose la pena y la vergüenza la niña le dijo  que alguien en su casa le había forzado y que  se había quedado embarazada.

A partir de aquí los servicios sociales se coordinaron con el colegio y la familia para  asignarle un profesor  a Sophia  y que acabara la ESO  así como una educadora que le preparara para su futura maternidad. No fue fácil ya que la familia seguía sin ver la necesidad de que estudiara o de que se preparara para ser mama. 

Ahora este es el panorama de  la  criatura: 15 años, madre, violada, ama de casa y con una titulación de ESO casi casi regalada.

Creo que es un caso muy complicado de valorar porque influyen muchos factores: la situación económica y  social de la familia, sus marcadores culturales, su manera de ver la vida,  su estilo de vida…

Peeeeeeeeero, a pesar de su cultura, de la circunstancia económica y de todos los factores  externos, internos o de donde procedan, mientras alguien sea menor y no esté preparado ni para decidir ni para defenderse, los adultos no podemos disponer de ellos como nos de la real gana, no podemos abusar de ellos ni laboral ni físicamente,  por favor que parece que estamos locos.

Oye  igual soy rara, si es así  me lo decís, pero  yo pensaba que lo que toca con catorce años es estudiar, compartir tareas de casa pero no cargar con la responsabilidad (y si  tiene que ser así que sea en momentos y temporadas puntuales) salir, conocer gente, divertirse, jugar, si jugar, más o menos  tomarse el pulso y comenzar a dibujar su proyecto vital a la vez que comienza a pensar en las estrategias para ir encaminándose hacia ese futuro, pero claro si los adultos le hemos impuesto su futuro casi desde la cuna, pues apaga y vámonos.


No quiero jugar al victimismo pero comparando las oportunidades  actuales de  Sophia con las del resto de niñas de su edad ¿Qué futuro le espera a esta cría, que oportunidades tiene de desarrollo o de perseguir sus sueños? Que no te pase nada pequeña…


Ah!! ¿y con el listo del violador que  bien sabe que juega con la baza de que ni la niña ni la familia le van a delatar? Pero este otro tema que del que hablaremos en otros post…

En fin que esta vez le quiero dedicar mi post y regalarle una flor a todas las personas que no tienen capacidad de decisión porque otros hemos decidido decidir por ellos…

Un saludo y muchas gracias a todos lo que nos leéis y además, comentáis!!!


martes, 9 de octubre de 2012

Dichoso tu que te quieren


Mi escoba lleva casi un año trabajando en una residencia de mayores, eso a lo que antes se le llamaba geriátrico y “más antes” asilo.  Ya sabéis que mi escoba es muy sensible y en muchas ocasiones no puede evitar “traerse el trabajo a casa”. A veces  hablando de lo humano y lo divino me cuenta muchas cosas de su resi y por eso yo ya sé algo de lo que es la vida en un geriátrico.  Sé, por ejemplo, que la vida allí no es fácil. Cuenta mi escoba que todos y cada uno de los residentes viven esperando. Esperando a que vengan a verles, esperando al fin de semana para salir con su familia, esperando a las vacaciones para que vengan los nietos, esperando a que suene el teléfono para hablar con sus hijos, esperando, esperando… y gestionar la espera no es fácil.

Cuando uno lo ve desde fuera, no puede imaginar lo importante que para los residentes la  visita y la compañía de su familia. A medida que pasa el tiempo sin que nadie les vea sus rostros se vuelven más inexpresivos y sus ojos se pierden más en la distancia.

Mi escoba me contó que cuando la semana pasada Bernardo se despidió de su hija con un gran abrazo y un sonoro beso, éste se dirigió al comedor de la residencia con una gran sonrisa. Fue entonces cuando una de las residentes, Juana, se le acercó y mirándole con una profunda pena, le dijo:
-Dichoso tú que te quieren. A mi hace meses que ninguno de mis hijos viene a verme.
Bernardo sonrió y le contestó:
-Cierto, mis hijos me quieren mucho y vienen a verme casi cada tarde. Seguro que tus hijos también te quieren pero no tendrán tiempo de venir…ya sabes, tendrán que trabajar y cuidar de sus familias.
-Seguramente sea eso, el trabajo, los niños…

Y con paso lento y la mirada  perdida  Juana  buscó la compañía de una de las auxiliares  para ir al comedor. Mi escoba  iba también por el pasillo y cuando llegó a su altura, escuchó como Juana le preguntaba a la auxiliar que le acompañaba:

-¿Tienes hijos?

-Si, contestó la auxiliar. Dos niñas.

-¿Y las ves?

-Claro Juana, las veo todos los días. Son pequeñas y aun viven conmigo.

-Dichosa tú que te quieren. A mi hace meses que ninguno de mis hijos viene a verme…

-La auxiliar acarició con ternura la blanca cabeza de Juana y en voz bajita le dijo: Seguro que tus hijos también te quieren pero no tendrán tiempo de venir…ya sabes, tendrán que trabajar y cuidar de sus familias.

Seguramente sea eso, el trabajo, los niños…Y con paso lento y la mirada  perdida Juana y la auxiliar siguieron caminando hacia el comedor.

Creo que a veces nos falta cierta sensibilidad con las personas que tenemos internas en una residencia o que son mayores y viven solas. Es cierto que a los familiares en muchas ocasiones nos falta tiempo hasta para respirar, pero es que a los residentes lo que les sobra es tiempo, tiempo para esperar… No quiero con esto hacer sentir mal a nadie pero mi escoba me asegura  que cuando llegan las horas de las visitas, las miradas de todos los residentes se clavan en la puerta de entrada…para ver si hoy si, vienen a verles.